domingo, 1 de mayo de 2011

En la beatificación del papa Juan Pablo II

Carta del secretario general, Constantino Rodríguez con motivo de la beatificación de Juan Pablo II


Queridos hermanos:


Os invito a vivir con alegría y esperanza, en comunión con la Iglesia y como miembros de la Familia Claretiana, la beatificación del Papa Juan Pablo II. Me parece una manera de ser fieles a nuestro carisma y un deber de gratitud con el Papa que, durante su servicio pastoral, propició que nuestro Movimiento de Seglares Claretianos fuera reconocido y aprobado el día 20 de abril de 1988, siendo el cardenal argentino Eduardo Pironio, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos. Muchas de sus palabras e iniciativas tienen una enorme identificación con nuestro Ideario y siguen trazando el camino a seguir para hacer vivo y presente en la Iglesia y en el mundo, como laicos cristianos, el carisma misionero de san Antonio M. Claret.


Efectivamente, Juan Pablo II invitó a todos los fieles a acoger la llamada a la santidad, siguiendo las orientaciones del Concilio Vaticano II, viviendo una auténtica vida cristiana; a custodiar y transmitir la verdad de Cristo al mundo de hoy; a desplegar el ímpetu misionero que es propio de la vocación cristiana; a abrazar en la caridad todas las necesidades de los hombres y de los pueblos.


Es imposible abarcar la enorme densidad de iniciativas, acontecimientos, documentos, gestos e imágenes, viajes y horizontes de los más de 26 años de su Pontificado. ¡Cómo no recordarlo especialmente en sus energías volcadas a la evangelización de los jóvenes, “inventando” las Jornadas Mundiales de la Juventud y participando en ellas hasta el extremo de sus fuerzas! Recordamos, también, que convocó un Sínodo sobre la vocación y misión de los laicos y publicó, en 1988, la Exhortación apostólica post-sinodal Christifidelis Laici, que sigue siendo, a más de veinte años de su publicación, la Carta Magna del laicado católico. Lo recordamos también como el Papa que escribió el primer documento magisterial enteramente dedicado a la dignidad y vocación de la mujer. No podemos olvidar la luz que ofreció a la Doctrina Social de la Iglesia. Lo recordamos sufriente, afrontando con entereza su larga y sufrida enfermedad. Recordamos el lema de su pontificado en el que expresa su amor y confianza en María: ¡”Totus tuus”!


Qué oportuno reunir en las vísperas de Pentecostés de mayo de 1998, a los movimientos eclesiales y nuevas comunidades, calificándolos como “providenciales” para la Iglesia y para el mundo. ¡Quién no recuerda sus viajes apostólicos, dirigiéndose a los pueblos como sus primeros interlocutores, y en especial a los pobres. O sus encuentros, bajo la gracia del gran Jubileo del 2.000, con los jóvenes y las familias, con los trabajadores, empresarios, universitarios, políticos y artistas, para que mostraran a Cristo en todos los ambientes humanos.


Juan Pablo II era bien consciente de que el Concilio Vaticano II constituía para la Iglesia, a inicios del Tercer Milenio, “el fundamento y el comienzo de una gigantesca obra de evangelización del mundo moderno…” Promoviendo una Nueva Evangelización, “nueva en su ardor, en sus métodos y expresiones”, ayudó a que comprendamos que evangelizar no es una tarea añadida extrínsecamente a la experiencia cristiana, sino el ímpetu de comunicación del don extraordinario del encuentro con Cristo que, con gratitud y alegría, se comparte de persona a persona, de familia en familia, de comunidad en comunidad. Nos invitó e interpeló a los seglares al compromiso en la construcción de una sociedad más digna del hombre, a mostrar la belleza y dignidad del matrimonio y la familia; invitó a los jóvenes a ser “centinelas del mañana”; exhortó a todos a comprometerse en la educación, la cultura, las comunicaciones, el mundo del trabajo y de la construcción social, en la vida pública de las naciones. Convocó a “abrir las puertas a Cristo” en todos los ámbitos de la vida pública, derribando muros de injusticia, mentira y opresión. Fortaleció la unidad de la Iglesia, la adhesión a la verdad, enriqueció y relanzó la doctrina social de la Iglesia.


Declarándolo beato, la Iglesia reconoce oficialmente su estar totalmente arraigado en Cristo y lo propone como modelo para todos. Y nosotros agradecemos de corazón a Dios el don para la Iglesia y la humanidad entera de la extraordinaria figura del Beato Juan Pablo II. A su intercesión acudimos para confiarle la Iglesia de nuestro tiempo; a nuestro Movimiento de Seglares Claretianos, encomendándole el fruto de nuestra próxima Asamblea General junto al Santuario de Nuestra Señora Aparecida en Brasil, tan querida para él. Le pedimos nuestra fidelidad y la vivencia gozosa de la vocación seglar que, siguiendo el carisma de san Antonio Claret, deseamos ardientemente que “Dios sea conocido, amado y servido de todos”


Sevilla, 1 de mayo de 2011. Festividad de la Divina Misericordia

Constantino Rodríguez
Secretario General

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