Juan Carlos Martos, cmf, comparte con la Famila Claretiana su experiencia y vivencia en la JMJ de Rio:
¿Qué hemos visto en estos días? Hemos convivido con medio millar de jóvenes entusiastas de tres continentes. Representaban a decenas de países y hablaban varias lenguas. El objetivo era uno solo para todos: Llenarnos de Espíritu pasar ser enviados por el Señor a la misión que Él nos confía y hacerlo al estilo de Claret. Era ese el propósito común al participar en esta JMJ en sus dos etapas: La JMJ claretiana y la JMJ oficial.
Los jóvenes peregrinos participantes han mostrado de forma rotunda y gozosa no solo que necesitamos vivir unidos a la Iglesia, sino que podemos caminar juntos como joven Familia Claretiana. Los días vividos en Rio de Janeiro en este mes de julio, desacostumbradamente frío en la ciudad carioca, han sido la ocasión de comprobarlo con hechos, no como mera declaración de intenciones.
Terminamos la JMJ con un día en Familia claretiana en el que tuvimos un retiro conclusivo para proyectar la vuelta a los lugares de origen y que destacó su impronta vocacional. Con la misa final, en un ambiente de fiesta y “saudade”, nos despedimos con el propósito de ser misioneros. Si Dios así lo quiere, nos volveremos a encontrar en el 2016 en Cracovia.
¿Cómo resumir lo vivido en estos días cargados de tantas vivencias y fe? ¿Qué mensajes debemos recoger de esta experiencia celebrada como Familia Claretiana? Haciéndome eco de lo que he visto y he oído me atrevo a sugerir los siguientes:
• Es importante que mejoremos nuestros métodos de coordinación y organización. Necesitamos aprender a hacer mejor las cosas. Eso es verdad. Pero eso no es lo más importante y decisivo. Lo determinante ha sido comprobar el bien que la JMJ nos ha hecho a todos, a nuestros jóvenes y a sus responsables. Como una catapulta, la JMJ+FC nos lanza a implicarnos más en nuestras pastorales juveniles. Cuando, a lo largo de estos días, experimentábamos el caos, las improvisaciones, los desajustes, o el frío inesperado, o tantas cosas aparentemente negativas… ha sucedido “algo nuevo” que nos llevó a trascenderlas. No eran obstáculos. Eran oportunidades para crecer. Fue el Espíritu, vivo y presente, que nos alcanzó a los que estábamos allá. Y comprobamos que a ese Espíritu nadie ni nada lo puede detener. Es más grande y poderoso que las dificultades imprevistas y que las deficiencias de nuestra gestión. Nuestras limitaciones, por tanto, no deben jamás convencernos de no llevar adelante un serio trabajo con estas nuevas generaciones que tienen hambre de evangelio. ¡Nada nos debe frenar!
• Nos hemos sentido identificados y espoleados por el Papa Francisco. Hemos comprobado cómo sus palabras y actitudes alcanzaban a nuestros jóvenes. Su discurso claro, profundo, profético, luminoso, humilde, evangélico, les señalaba el recto camino,… El Papa no ha acusado de nada a nadie: ni a los jóvenes ni a nosotros, sus educadores. La acusación de defectos jamás será el método para construir. Ha abierto puertas y señalado el horizonte. Se ha acercado a todos, evitando la “papolatría” (los shows) para hacerse pastor y padre de todos. A los jóvenes les ha gritado contundentemente cuál es ahora el camino. Primero: “Organicen un gran lío; no nos dejen tranquilos” y, segundo: “Cuiden la eucaristía, la oración y el servicio a los demás”. La revolución de la espiritualidad y del servicio es ahora el objetivo. ¿Habrá quien desprecie el desafío?
• Todos estos días los hemos vivido inmersos sobre todo en un inmenso mar de jóvenes cuyo flujo nos llevaba adelante. Nadie podía parar a esa multitud incontable para pasó de los tres millones. Gritaban con frecuencia en infinidad de idiomas: “Esta es la juventud del Papa”. ¿Qué nos están diciendo? Ofrezco una interpretación. Dentro de una semana, los entusiasmos se habrán extinguido y seguro que ya no cantarán esa consigna. Pero que no se acalle ni extinga la convicción de que no podemos vivir solos. La vida cristiana o se vive con otros –como pueblo- o no es tal. ¿Por qué no sumarnos a una corriente de vida, compartida por muchos, que nos empuje a seguir adelante y que nos sostenga en la dificultad? ¿Por qué no dejar de una vez el individualismo o el aislamiento pastoral?… No es posible vivir una vida cristiana joven (o adulta, o anciana…) aislados o como archipiélagos. Hemos sido invitados otra vez a participar en algo muy grande que está ocurriéndole ahora en esta Iglesia nuestra.
• Hoy es suicida alejarnos de los jóvenes, por miedo (creer que ellos nos repelen porque somos muy distintos), por complejo de incapacidad (creer que no sabemos ayudarles) o por complejo de culpabilidad (creer que no somos lo suficientemente “buenos” para ellos). La “fuga iuventutis” puede ser una reedición de una grave “fuga mundi”, que hoy ofende a Dios.
• Si nos acercamos y permanecemos juntos a los jóvenes, ellos nos van a convertir. Los jóvenes son nuestros maestros. Ellos nos sacan de nuestras comodidades y rutinas, nos denuncian nuestras incoherencias, nos sacuden la conciencia, nos hacen preguntas difíciles, nos ponen metas, nos exigen y nos motivan, nos quieren si compartimos con ellos, sacan lo mejor de nosotros mismos… y nos piden vivir en radicalidad y santidad el seguimiento de Jesús como sus discípulos y misioneros.
• El carisma claretiano está muy vivo. Nuestros jóvenes participantes han salido enamorados de Claret. Todos tenemos ahora la obligación de no defraudarles. No podemos permitir que, por lo difícil, abnegado y laborioso que es, dejemos de compartir en Familia claretiana un futuro compartido con y para nuestros jóvenes. Nuestra Familia claretiana está “en construcción”… no pidamos que ella dé de antemano lo que aún no puede dar… hemos de cambiar todos y todas muchas cosas. Pero no esquivemos la responsabilidad de arrimar nuestro hombro para mostrar a nuestros jóvenes que cada rama de nuestra Familia es depositaria de un espléndido y actual carisma. Será sin duda un elemento insustituible de creación de la cultura vocacional claretiana.
Juan Carlos Martos cmf
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